Su Yorokobu, magazine spagnolo che parla di innovazioni culturali e de “las cosas positivas qui occurren en el mundo” si parla dell’Asilo. Sono venuti a trovarci a dicembre 2014 durante il Grande Vento e hanno scritto questo bel reportage.

Riportiamo qui l’articolo scritto da Valeria Saccone il 3 giugno 2015 e la traduzione, sul sito del magazine la versione originale corredata da bellissime fotografie.

El espacio es de quien lo usa». Es el lema del ex Asilo Filangieri, un centro cultural administrado desde hace algo más de tres años por un grupo de artistas y productores independientes. Ubicado en el centro de Nápoles, se destaca no solo por su arquitectura: el edificio, totalmente reformado e impoluto, representa una excepción en el centro histórico de la ciudad mediterránea, destartalado y decadente a pesar de haber sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Lo más llamativo y atípico del Asilo, como es conocido en Nápoles, es su modelo de gestión y producción cultural. Se trata de un experimento totalmente pionero, que está creando jurisprudencia en toda Italia y que está siendo importado en otras ciudades.

Es la primera vez en Nápoles que un colectivo de trabajadores del arte, la cultura y el espectáculo se moviliza para protestar contra los recortes del sector y la mala gestión de los fondos públicos, y se organiza para crear un nuevo modelo de producción y gestión cultural.

Todo empezó el 2 de marzo de 2012, en plena era Berlusconi, cuando un grupo de artistas enfurecidos por el despilfarro y la corrupción en la organización del Fórum de las Culturas de Nápoles decidió ocupar simbólicamente la sede del evento durante tres días, sin uso a pesar de años de obras dispendiosas.

«La idea inicial era ocuparla durante tres días para que los ciudadanos pudiesen entrar a conocer un edificio fantasma, inaccesible y muy caro para el contribuyente. Fueron tres días de asambleas y espectáculos. El efecto mediático en toda Italia fue brutal. En aquellos días por el Asilo pasaron hasta 4.000 personas», recuerda Nicola, profesor «precario» de Historia y Filosofía, investigador en la universidad de Nápoles y miembro del equipo de autogobierno del Asilo.

El antiguo Asilo Filangieri fue creado en 1572 como centro de arte y artesanía. En 1920 se convirtió en un orfanato, pero fue cerrado tras el terremoto de 1980 por daños estructurales. Después de casi tres décadas de abandono, el edificio ha sido reestructurado con fondos públicos para convertirse en la sede del Fórum de las Culturas.

Entre 2008 y 2011, fueron invertidos ocho millones de euros en la obra de este palacio. Sin embargo, se convirtió en un proyecto fallido porque el Fórum nunca llegó a celebrarse en el Asilo. La razón: la destitución de la dirección de la fundación responsable del evento por malversación de fondos públicos, y la posterior falta de coordinación entre el Ayuntamiento de Nápoles y la nueva directiva de la fundación.

Cuando los artistas de Nápoles decidieron apropiarse del Asilo, el edificio estaba literalmente muerto de asco. Era un cadáver arquitectónico que, encima, había costado un ojo de la cara. «Era un momento de grandes movilizaciones en Italia. En junio de 2011 hubo un referéndum en contra de la privatización del agua, en el que participaron 27 millones de personas, un récord en nuestro país. Dos días después, fue ocupado el Teatro Valle en Roma, uno de los más antiguos de la ciudad», recuerda Andrea, actor, productor de teatro y cofundador de este peculiar centro cultural.

Toda Italia hervía por la mala gestión del dinero público y el clientelismo de una clase política cada vez más alejada de la ciudadanía. En Nápoles, la elección en 2011 de un nuevo alcalde, Luigi De Magistris, representó un revulsivo para una ciudad que quiso decir no a un equipo gestor ineficiente y corrupto.

En este escenario, se produjo la ocupación simbólica del Asilo, destinada a convertirse en un proyecto novedoso y, sobre todo, legal. Porque el grupo de artistas que traspasó durante tres días las columnas de Hércules de la cultura napolitana, resolvió ir más allá.

Para legalizar la autogestión de este edificio municipal, las cabezas pensantes del Asilo han recuperado una fórmula jurídica en desuso, pero todavía vigente: el uso cívico de un bien público. Se trata una antigua institución del derecho romano, usada mayoritariamente en comunidades rurales para reglamentar el uso de los pastos, ríos, molinos, prensas o la recogida de leña. «Hemos implantado una tradición rural en el centro histórico de una de las principales ciudades de Italia. Ahora queremos que el Ayuntamiento de Nápoles apruebe nuestro reglamento y regule esos usos cívicos», asegura Nicola, de 40 años.

El Asilo representa un caso sin precedentes en Italia. A través de la ordenanza Nº 400 del 25 de mayo de 2012, el Ayuntamiento de Nápoles ha incluido en su estatuto el concepto de «bien común». En otras palabras, esta ordenanza es el primer texto jurídico que asocia el bien común a la cultura y a los trabajadores de este sector.

«Es la primera vez que se reconoce a una comunidad de trabajadores el derecho a gestionar un espacio y a controlar los contenidos de la programación cultural. Es la primera vez que se supera el concepto de asignación y que un inmueble es destinado al uso público. Y es la primera vez que la consejería de Cultura no controla los contenidos culturales de un centro municipal», expone Nicola.

Tres años después, las cifras demuestran el esfuerzo del nuevo equipo gestor. «En 40 meses hemos realizado más de 125 proyectos artísticos; 730 días de formación; 140 proyecciones, encuentros y grabaciones cinematográficas; 75 encuentros y exposiciones de fotografía y arte digital; más de 50 presentaciones de audiovisuales y documentales y ha habido 155 grupos musicales y músicos solistas que han ensayado o se han exhibido en el Asilo, entre muchas otras actividades», enumera con orgullo Andrea.

«El Asilo es un ejemplo de resistencia en la época de máxima austeridad del mundo de la cultura. Es la única forma para decenas de compañías y de artistas de toda Italia de seguir produciendo a un coste accesible y de forma totalmente independiente», agrega este productor, de 38 años.

Recientemente, el equipo del Asilo ha finalizado la redacción del reglamento oficial para el funcionamiento del centro. «Es una convención que reconoce la constitución de una nueva institución popular del arte y la cultura, gestionada directamente por artistas y trabajadores del sector cultural e inspirada en los principios de cooperación. Aquí se ponen en común los espacios y medios de producción, el tiempo y las competencias», explica Andrea.

La cuestión de fondo es revolucionaria para un país tan burocrático y partidista como Italia. ¿Es posible que exista un bien público sin que sean los políticos los que toman las decisiones? ¿Es posible crear una nueva institución pública del arte y la cultura, en la que partidos y administradores no pueden interferir en las decisiones artísticas y culturales? «Creemos que con este reglamente se establece esta autonomía», concluye Andrea.

A la espera de que el Ayuntamiento de Nápoles dé el visto bueno a esta propuesta legislativa, el Asilo sigue movilizando a muchas personas. «Es un punto de encuentro de artistas, pero también de ciudadanos. En los últimos 10 años, los productores culturales nos habíamos distanciado del público. La crisis y unos recortes del 50% de las ayudas a la cultura nos han hecho salir de la endogamia. Sentimos la necesidad de comenzar de cero y refundar las políticas culturales», asegura Andrea.

El primer paso ha sido una organización horizontal y plural, que implica un trabajo intenso para generar consenso sobre varias cuestiones, desde qué se programa hasta quién puede usar un espacio concreto para ensayar. Cualquiera puede participar en las asambleas que se celebran cada lunes en el Asilo. «Es la primera vez que el productor cultural se mezcla con los ciudadanos», destaca Andrea. «Ha sido difícil crear el consenso y promover una revolución de las relaciones. El Asilo se ha convertido en un lugar de conflicto permanente, en el que personas que jamás coincidirían se encuentran y conversan. Se han generado nuevas modalidades de relación, algo muy importante para el territorio napolitano», agrega Nicola.

Para los miembros de este colectivo, «la experiencia del Asilo ha servido para contraponer la lógica de los grandes eventos, en lo que se gasta muchísimo dinero para hacer pocos eventos mediáticos, a una microfísica de la cultura basada en crear estructuras que permanecen y benefician a la población».

«Los macroeventos como el Fórum de las Culturas no dejan de ser operaciones especulativas que no dejan ningún legado a la ciudad. Nosotros preferimos crear estructuras de producción cultural que consigan aunar a centenares de artistas. Es francamente mucho más interesante que tener a Madonna en Piazza Plebiscito», asegura Nicola.

El próximo paso, tras la gestión del espacio físico, será conseguir fondos públicos para que el Asilo sea un centro de producción primario y no solo independiente. «Sin el apoyo público, es imposible hacer producción teatral, y menos aún si queremos que sea experimental. Los gastos siempre superan los ingresos», señala Andrea.

Mientras tanto, otras ciudades italianas se están inspirando en el ejemplo napolitano. «En pequeño municipio de Piamonte ha adaptado nuestro reglamento a su realidad y lo ha aprobado, introduciendo de facto la gestión de bienes públicas conjunta con los ciudadanos», cuenta Andrea.

Asilo Filangieri: Come un gruppo di artisti ha cambiato il modello di gestione.

“Lo spazio è di chi lo usa”. E’ il motto dell’ex Asilo Filangieri, un centro culturale gestito da quasi più di tre anni da un gruppo di artisti e produttori indipendenti. Situato nel centro di Napoli, si distingue non solo per la sua architettura: l’edificio, totalmente ristrutturato e intatto, rappresenta un’eccezione nel centro storico della città mediterranea, in decadenza e in rovina nonostante sia stato dichiarato Patrimonio dell’umanità dall’Unesco.

La particolarità e la suggestione dell’Asilo, com’è conosciuto a Napoli, sono il suo modello di gestione e di produzione culturale. Si tratta di un esperimento totalmente pioniere, che si sta diffondendo in altre città, creando nuova giurisprudenza in tutta Italia.

E’ la prima volta a Napoli che un collettivo di lavoratori dell’arte, della cultura e dello spettacolo si mobilita per protestare contro i tagli del settore e la cattiva gestione dei fondi pubblici, e si organizza per creare un nuovo modello di produzione e gestione culturale.

Tutto è iniziato il 2 marzo del 2012, in piena era Berlusconi, quando un gruppo di artisti, infuriati per lo spreco e la corruzione nell’organizzazione del Forum delle Culture di Napoli, decise di occupare simbolicamente per tre giorni la sede dell’evento, rimasta inutilizzata nonostante tre anni di opere costosissime.

“L’idea iniziale era occupare per tre giorni perché i cittadini potessero entrare e conoscere questo edificio fantasma, inaccessibile e dispendioso per il contribuente. Ci furono tre giorni di assemblee e spettacoli. L’effetto mediatico in tutta Italia fu gigantesco. In quei giorni attraversarono l’asilo più di 4.000 persone”, ricorda Nicola, professore precario di storia e filosofia, ricercatore all’università di Napoli e membro del gruppo di autogoverno dell’Asilo.

L’antico Asilo Filangieri fu creato nel 1572 come centro di arte e artigianato. Nel 1920 fu trasformato in un orfanotrofio, poi fu chiuso con il terremoto del 1980 a causa dei danni strutturali. Dopo quasi tre decenni di abbandono, l’edificio è stato ristrutturato con fondi pubblici per diventare la sede del Forum delle Culture.

Tra il 2008 e il 2011, sono stati investiti otto milioni di euro nei lavori di ristrutturazione del palazzo. Tuttavia, si è trasformato in un progetto fallimentare perché il Forum non è mai arrivato a inaugurarsi a l’asilo. La ragione: la destituzione del direttivo della fondazione responsabile dell’evento per malversazione di fondi pubblici, e la successiva mancanza di coordinamento tra il Comune di Napoli e il nuovo direttivo della fondazione.

Quando gli artisti di Napoli decisero di appropriarsi dell’Asilo, l’edificio versava in uno stato letteralmente disgustoso. Era un cadavere architettonico che, per di più, era costato un occhio della testa. “Era un momento di grande mobilitazione in Italia. Nel giugno del 2011 ci fu un referendum contro la privatizzazione dell’acqua, al quale parteciparono 27 milioni di persone, un record nel nostro paese. Due giorni dopo, fu occupato il Teatro Valle di Roma, uno dei più antichi della città”, ricorda Andrea, attore, produttore di teatro e cofondatore di questo peculiare centro culturale.

Tutta l’Italia era in fermento a causa della cattiva gestione del denaro pubblico e del clientelismo di una classe politica sempre più lontana dalla cittadinanza. A Napoli, l’elezione nel 2011 del nuovo sindaco, De Magistris, rappresentò una via di uscita per la città che volle dire “no” a una classe dirigente corrotta e inefficiente.

In questo scenario, è nata l’occupazione simbolica dell’Asilo, destinata a trasformarsi un progetto innovativo, e soprattutto, legale. Ciò perché il gruppo di artisti che oltrepassò le colonne d’Ercole della cultura napoletana, decise di andare oltre.

Per legalizzare l’autogestione di questo edificio municipale, le teste pensanti dell’Asilo hanno recuperato da una formula giuridica in disuso ma ancora vigente: l’uso civico di un bene pubblico. Si tratta di un’antica istituzione del diritto romano, usata maggiormente in comunità rurali per regolare l’uso dei pascoli, fiumi, mulini, le macchine o la raccolta della legna. “Abbiamo impiantato una tradizione rurale nel centro storico di una delle principali città d’Italia. Ora vogliamo che il Comune di Napoli approvi il nostro regolamento e le regole di quegli usi civici”, afferma Nicola, di 40 anni.

L’Asilo rappresenta un caso senza precedenti in Italia. Con l’ordinanza N°400 del 25 maggio del 2012, il Comune di Napoli ha incluso nel suo statuto il concetto di “beni comuni”. In altre parole, questa ordinanza è il primo testo giuridico che associa il bene comune alla cultura e ai lavoratori di questo settore.

“E’ la prima volta che si riconosce a una comunità di lavoratori il diritto di gestire uno spazio e di decidere i contenuti della programmazione culturale. E’ la prima volta che si supera il concetto di assegnazione e che un immobile è destinato all’uso pubblico. Ed è la prima volta che l’assessorato alla Cultura non controlla i contenuti culturali di un centro municipale”, espone Nicola.

Tre anni dopo, le cifre dimostrano lo sforzo del nuovo gruppo gestore. “In 40 mesi abbiamo realizzato più di 125 progetti artistici; 730 giorni di formazione; 140 proiezioni, incontri e registrazioni cinematografiche; 75 incontri ed esposizioni di fotografia e arte digitale; più di 50 presentazioni audiovisive e di documentari e più di 155 gruppi musicali e musicisti solisti hanno provato o si sono esibiti a l’asilo, tra molte altre attività”, elenca Andrea con orgoglio.

“L’Asilo è un esempio di resistenza nell’epoca di massima austerità nel mondo della cultura. E’ l’unico modo per decine di compagnie e di artisti di tutta Italia di continuare a produrre a un costo accessibile e con modalità del tutto indipendenti”, aggiunge questo produttore di 38 anni.

Recentemente, il gruppo dell’Asilo ha portato a termine la redazione del regolamento ufficiale per il funzionamento del centro. “E’ una convenzione che riconosce la costituzione di una nuova istituzione popolare dell’arte e della cultura, gestita direttamente dagli artisti e dai lavoratori del settore culturale e ispirata ai principi di cooperazione. Qui si pongono in comune gli spazi e i mezzi di produzione, il tempo e le competenze”, spiega Andrea.

Il  tema di fondo è rivoluzionario per un paese così burocratico e partitocratico come l’Italia. E’ possibile che esista un bene pubblico senza che siano i politici a prendere decisioni? E’ possibile creare una nuova istituzione pubblica dell’arte e della cultura, nella quale i partiti e le amministrazioni non  possano interferire nelle decisioni artistiche e culturali? “Crediamo che con questo regolamento si stabilisca quest’autonomia”, conclude Andrea.

Nell’attesa che il Comune di Napoli approvi questa proposta legislativa, l’asilo continua a mobilitare molte persone. “E’ un punto d’incontro di artisti, ma anche di cittadini. Negli ultimi dieci anni, i produttori culturali ci hanno allontanato dal pubblico. La crisi e i tagli del 50% degli aiuti alla cultura ci hanno fatto uscire dall’endogamia. Sentiamo la necessità di cominciare da zero e di rifondare le politiche culturali”, afferma Andrea.

Il primo passo è stata l’organizzazione orizzontale e plurale, che implica un lavoro intenso per generare consenso sulle diverse questioni, dalla programmazione a chi può usare lo spazio per le prove. Chiunque può partecipare alle assemblee che si tengono ogni lunedì a l’asilo. “E’ la prima volta che il produttore culturale si mischia con i cittadini”, sottolinea Andrea. “E’ stato difficile creare il consenso e promuovere una rivoluzione delle relazioni. L’asilo si è convertito in un luogo di conflitto permanente, nel quale le persone che mai coincideranno s’incontrano e conversano. Si sono generate nuove modalità di relazione, qualcosa di molto importante per il territorio napoletano>>, aggiunge Nicola.

Per i membri di questo collettivo, “l’esperienza dell’Asilo è servita a contrapporre alla logica dei grandi eventi, nella quale si spende moltissimo denaro per realizzare pochi eventi mediatici,  a una microfisica della cultura basata nella costruzione di strutture permanenti di cui la popolazione può beneficiare”.

“I macroeventi come il Forum delle Culture continuano a essere operazioni speculative che non creano nessun legame con la città. Noi preferiamo creare strutture di produzione culturale che riescano a riunire centinaia di artisti. E’ francamente molto più interessante che avere Madonna a Piazza del Plebiscito”, afferma Nicola.

Il prossimo passo, con la gestione dello spazio fisico, sarà conseguire fondi pubblici perché l’Asilo sia un centro di produzione primario e non solo indipendente. “Senza l’appoggio pubblico, è impossibile fare una produzione teatrale, e ancora meno se vogliamo che sia sperimentale. Le spese superano sempre le entrate”, segnala Andrea.

Intanto, altre città italiane si stanno ispirando all’esempio napoletano. “Un piccolo paesino del Piemonte ha adottato il nostro regolamento alla sua realtà e lo ha approvato, introducendo di fatto la gestione dei beni pubblici congiunta con i cittadini>>, racconta Andrea.